Los que me conocéis, sabéis que no suelo hacer publicidad de negocios a
no ser que me paguen por ello o exista una relación muy personal con los
propietarios. Esto de comer a diario y pagar facturas es un grave
defecto que tenemos los escritores. Pero bueno, la vida es así. Sin
embargo, hoy nos ha sucedido algo tan vergonzoso y humillante que no me
queda más remedio que compartirlo con vosotros y lograr que el resto se
haga eco de lo sucedido. Hoy hemos estado mirando ropa por
la calle Feria. Tenemos una celebración importante y nos apetecía
vestir de manera especial. Dando un paseo, descubrimos a la altura del
37 de esa calle una tienda de ropa vintage, llamada Ropero. Muy pequeña
y, aparentemente, muy acogedora. Nos dirigimos a su interior y, tras dar
los buenos días, comenzamos a ver sus artículos. Mi pareja ve un corsé
del que se enamora y empieza a ver de qué forma le puede combinar. A
ella no le entra porque está obesa y pide ayuda a la dependienta, que no
sabemos si es la dueña. Ya empiezan las malas caras y las pegas a si le
está bien o no. Nieves, que es magnífica aportando soluciones, comienza
a darlas para poder vestir la prenda. La persona que vende, empecinada
en lo contrario y rogando que no se abra la prenda, puesto que le
resultaría difícil volverla a abrochar. Más interesada en querernos
fuera del local que en cerrar la venta, hace sentirse humillada a mi
pareja por el simple hecho de ser una persona obesa. Jamás volveré a esa
tienda, y mucho menos la recomendaré, puesto que esa actitud es
intolerable en cualquier persona que esté al frente de un negocio. Al
contrario. Será uno de los sitios no recomendados a la hora de comprar
ropa. Porque antes que nada, el respeto es algo que no se ha de perder
en ninguna circunstancia, y menos si se está al frente de un negocio. Ya
sea de en propiedad o si se es un mero trabajador.