martes, 6 de septiembre de 2016

Carta abierta a Carlos Herrera

Señor Carlos Herrera:
Permítame que me dirija a usted con la corrección y el respeto que usted no ha tenido hacia los niños con altas capacidades, puesto que se ha reído de todos ellos sin ningún tipo de contemplación ni reparos. Para usted y los profesionales que trabajan en su equipo, los niños con algún tipo de superdotación o altas capacidades no son más que niños repelentes a los que sus padres consideran los más listos del mundo.
Déjeme decirle cuán equivocado está y lo poco que conoce el tema. Más que nada porque no se ha molestado en investigar un solo minuto de su tiempo el tema de las altas capacidades. Podría expicárselo por aquí, pero no creo que merezca la pena teclear para romper sus prejuicios y esquemas. Usted tiene una visión de superdotado que no corresponde a la realidad. Esa realidad a la que tenemos que enfrentarnos los padres que tenemos niños con altas capacidades. Y no es una bicoca, señor Herrera, no. Por eso no voy a consentir en ningún momento que infravalore a estos niños ni a sus padres. Y menos que haga apología de algo tan serio como es el acoso escolar. Ese problema que lleva a muchos niños a cargar con complejos durante el resto de su vida, si no terminan suicidándose. ¿Le hace gracia, Señor Herrera esto?
Ha caído muy bajo, don Carlos, al burlarse de tantísimos niños por el simple hecho de ser diferentes al resto o destacar en algún tipo de habilidad. Porque ya resulta demasiado duro consolar a tu hijo durante veinte minutos tras haber sido insultado a la salida del colegio, como para escuchar de un comunicador semejante sarta de improperios fáciles de definir con insultos y descalificaciones. Señor Herrera, permítame exigirle una disculpa pública y una rectificación de manera inmediata. Porque nuestros hijos no se merecen ser insultados ni acosados. Ni por sus compañeros, ni por los profesores o personal no docente, y mucho menos por un profesional de la comunicación como es usted.
Reciba un cordial saludo, además de perder la admiración que tenía por su trabajo,
Gabriel Díaz Barragán