sábado, 30 de abril de 2011

De vuelta a la infancia

Callé escuchando los llantos, pues sólo podía reflexionar sobre aquello que me había dicho, mientras observaba sus facciones, sin rostro. Sin bien en un primer momento no lo hice, supe reconocerme en ese niño. Supe recordar mi imagen infantil, que concordaba con las de aquel infante. Me di cuenta que lo había desterrado, que ya no pertenecía a mi personalidad. Me daba cuenta de cuánto había cambiado, y qué lejos en el espacio y el tiempo quedaban los recuerdos que juré nunca perder. Aquellas canas que poblaban mi barba y empezaban a platear mi sien eran un denso bosque que desterraba todo atisbo de inocencia, ilusión o sorpresa. Supe que no quería seguir así, que quería y debía recuperar el niño que llevaba dentro, y que delante de mí lloraba tan desconsolada como amargamente.
Le pregunté entonces qué debía hace, a lo que me él me respondió:
-Sigue el camino de baldosas amarillas y doradas, y no lo abandones hasta que recuerdes que un día fuiste niño.
Y así lo hice, notando cómo mi mirada dejaba de ser inquisitiva y malhumorada para transformarse en tierna, inocente, pura, tal y como lo era treinta años atrás...

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