martes, 1 de febrero de 2011

Trece años

Tal día como el de ayer, en un lejano 1998, me dirigía, como cada tarde, a la Escuela de Arte, aquella que estaba ubicada en la Casa de los Leones de la calle Zaragoza de Sevilla. Recuerdo que era un oscuro, frío y gris día de invierno. Al llegar donde me formaba vi que estaba cerrada, y a sus puertas, la jefa de estudios, Pilar Toscano, nos informaba que as clases habían sido suspendidas a causa de un atentado terrorista perpetrado la noche anterior.
Hijos de puta, pensé yo en aquel momento, y aún sigo haciéndolo. Me pregunté entonces qué coño querían, por qué mataban en Sevilla, mientras me dirigía al Ayuntamiento a presentar mis respetos ante los féretros de Alberto y Ascen, aguardando una cola donde las palabras sobraban y el silencio reinaba. No era necesario opinar; no hacía falta hablar, pues todos sentíamos lo mismo. Indignación. Rabia. Dolor. Incomprensión. Arrastrado por algo incomprensible aún hoy, me vi en la calle Don Remondo, en ese omnipresente silencio, presentando mis respetos, manifestándome en contra de la ETA, rechazando su violencia y su sinrazón, gritando con mi voz apagada en favor de la paz, con una pancarta que realicé para ello.
Han pasado trece años desde aquel frío, oscuro y gris día de invierno de 1998, y sigo con el mismo sentimiento de rechazo hacia esos asesinos de la ETA, porque sólo pueden ser definidos así, ni violentos, ni radicales ni otros eufemismos. La ETA es una banda de asesinos. Punto. No se ha de ver de otra forma. No se ha de entender de otra forma.

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