martes, 21 de septiembre de 2010

Labordeta


Hablar de José Antonio Labordeta sin tener presente a mi querido amigo Carlos Azagra es algo imposible, pues rara ha sido la conversación en la cual no haya salido su Presencia, así, con mayúscula, y haya recordado anécdotas sobre él, pues sentía admiración y adoración por él. De todos los obituarios escritos, éste se me antoja difícil, pues no quiero hablar del político, del viajero con un país a la mochila o el cantautor. El cáncer, esa puta enfermedad tan voraz, ese asesino tan implacable y cruel se vuelve a cobrar una nueva víctima. ¿Por qué coño no se dedican fondos a erradicar esta plaga y sí a tonterías varias? Continuar con esta necrológica sin enviar todo mi apoyo y cariño a Azagra, su alumno, su pupilo es un deber ineludible, una obligación personal. Porque, amigo Carlos, yo nunca vi a Labordeta como un profesor, y sí como un Maestro, el tuyo. En este mundo tan podrío y sin ética, donde la originalidad es un valor extinto, prohibido y condenado, Labordeta era un librepensador, de esos tan añorados y necesarios, y que tanto miedo dan a quién no quiere escuchar la Verdad. El Abuelo nos ha dejado, pero sus enseñanzas quedan para que sigamos aprendiendo de las mismas. Descanse en Paz. Que la tierra le sea leve.