miércoles, 8 de diciembre de 2010

Causalidades y cosas extrañas

Han transcurrido más de dos años desde que escribí el artículo Once puñaladas, en el cual, una vez más, volvía a denunciar la violencia de género, posicionándome en contra y rechazándola de pleno, pues es lo menos que puedo hacer. No hablaría de este caso en concreto si no fuese por una llamada recibida hace unos días, que provenía de la única hija de aquella señora, para agradecerme que no olvidase a su madre. Yo sólo respondí lo que siempre digo aquí, que era mi obligación, mi deber, pero no fui capaz de articular palabra, pues la sorpresa me impedía hacerlo. Causalidades como esta, me hacen reforzar mi compromiso por una igualdad real, y no de galería, por la exigencia de leyes más duras y una consciencia de rechazo social hacia el maltratador, que es cualquier cosa menos una persona. Me reafirmo, con más fuerza si cabe tras esta llamada, en mi obligación moral, y no dejaré de escribir nunca sobre este tema, mientras se sigan cometiendo estas barbaridades, mientras las leyes les permitan cobrar pensión de viudedad si son declarados culpables de homicidio o tener derecho a la herencia que les corresponde, cuando su único derecho debería ser pudrirse entre rejas de por vida. Poco me seguirá importando que me digan que escribo demasiado sobre el tema, pues no cesaré en demoler con la pluma, a golpe de teclado las injusticias de esta sociedad decrépita, de este mundo podrío, sin ética, donde ya no queda ni la estética.

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