viernes, 26 de noviembre de 2010

Premio a una vida

Conocí a doña Ana María Matute en lejano marzo de 2000, cuando empezaba a estudiar Francés en el Instituto de Idiomas. Recuerdo con una nitidez asombrosa el momento en el cual me acerqué a ella para pedirle que le dedicase uno de sus libros a una amiga, a lo que ella me respondió que dónde estaba el mío. En una sinceridad tan extrema como inocente, le confesé que no me quedó dinero para adquirirlo, ante lo cual me aconsejó que debía ahorrar. Aquello me llegó tan profundamente al alma que logró instalarse en mi corazón desde entonces, transformando la admiración en un cariño que aún hoy dura, como pude comprobar años más tarde en el Aula de Cultura de ABC, cuando aún la dirigía mi querido amigo Fernando Iwasaki y volví a coincidir con ella, confesándole aquella anécdota, y aportando dos volúmenes que sí eran para mí. Su encanto personal, su dulzura, me conquistaron, pues la autora de Aramnanoth u Olvidado Rey Gudú me aconsejaba desde la voz de la experiencia y el saber de los años.
Hace apenas unos días que le han otorgado el Premio Cervantes, algo que me alegra de manera soberana y profunda, pues se lo merece, ya que lleva toda su vida dedicada a la Literatura. Sirvan estas líneas para rendirle homenaje y darle mi enhorabuena por alcanzar tan distintivo galardón.

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