domingo, 4 de abril de 2010

Temporal enrarecido

Aquella visita turística a Edimburgo se planteaba como uno de mis proyectos más anhelados. Durante años había ahorrado para poder conocer una de las ciudades que más me había fascinado tras mi paso por otros lugares como París, Cork o Zaragoza. A pesar de no ser un extraño para mí el lima británico, aquella espesa niebla me hacía sentir intranquilo, pues enrarecía el ambiente hasta hacerlo irreconocible. Sus calles se antojaban oscuras, sombrías, regalando una sensación de angustia que poco podía gustar, logrando un lugar harto inhóspito, lo cual no recordaba en mi anterior estancia y visita. Paseando por el cementerio, las tumbas y lápidas se habían convertido en apéndices de notas que advertían a los vivos que no eran bien recibidos entre sus muros. La oscuridad que aquella mañana se manifestaba era inusual, haciendo perceptible casa sonido que se producía, como aquella verja que chirriaba tan insistentemente, hasta el punto de verme obligado buscar su procedencia, y con mucha cautela, pues nunca está de más. Aquella estancia sólo iluminada por una farola se volvía tétrica entre el frío y la espesa niebla que la rodeaba, cautivándome y hechizándome pese a ello, pues mi voluntad ya estaba anulada. Ausente, preguntándome cómo había hallado el lugar, escuché unos sonidos guturales, gemidos de lamentación que me devolvían al mundo real. Corrí con todas mis fuerzas, pero me notaba aprisionado, sin posibilidad de zafarme de mis captores, para poder salir de allí. Sólo recuerdo que me desperté más tarde en mi cama, durmiendo plácidamente. Creí que era una pesadilla, pero nunca estuve más lejos de la verdad, pues al meterme en la ducha, descubrí las magulladuras y heridas que había sentido en el cementerio...

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