sábado, 28 de febrero de 2009

Atardecer de los zombies

La ciudad seguía asolada. Era imposible salir en cuanto se ponía el sol, ya que ejércitos de zombies nos perseguían allá donde fuésemos. Recuerdo como si fuese ayer el momento en el cual empezó todo aquello. Recuerdo que se lo advertía a mi compañero de laboratorio, pero no, no me hizo nunca caso. Era un científico que creía en el mas allá, y le gustaba estudiar los restos de ectoplasmas para sus experimentos. Pero en aquella ocasión fue demasiado lejos. Decidió jugar a ser Dios, a experimentar con él mismo, inyectándose un fluido que contenía tales restos. Yo llegué al laboratorio, como cada mañana, extrañándome que estuviese abierto y todo revuelto, sin que sonase ningún tipo de alarma. Pasé con mucha cautela, y allí estaba mi compañero, tirado en el suelo, inconsciente, con la tez pálida, de un color verde grisáceo, podrido, y apestando como tal. Inmóvil. Sus constantes vitales parecían haber desaparecido. Me acerqué a tratar de reanimarle, aunque dudaba que pudiese, ya que parecía estar más que muerto. Lentamente me arrodillé ante él, y entonces su mano me agarró el antebrazo con fuerza, mirándome con la cara desencajada y gimiendo lentamente... Le pegué una patada en el pecho, y sólo conseguí desprenderle de su mano, que aprisionaba mi antebrazo. Ahí salí corriendo, sin parar. Era una carrera por mi supervivencia. Y así llevo tres años, huyendo del atardecer de los zombies...

viernes, 27 de febrero de 2009

Turistas y viajeros

El otro día me descubrí como viajero, y no como turista, dos conceptos que, aunque parecidos, nada tienen que ver el uno con el otro. Mientras que el turista sólo va a conocer el lugar, el viajero se adentra en sus costumbres, tradiciones, gastronomías... Habla con las gentes del lugar, comparte momentos. El turismo sólo explota lo típico, de forma superficial, algo que ayuda a conocer los lugares, y si interesa, adentrarse de una forma más profunda. A mí me gusta viajar, no hacer turismo. Me encanta moverme por los diferentes sitios de la geografía, adentrarme en sus costumbres, vivirlas desde dentro, participando incluso, y por eso no me considero un turista cuando voy de vacaciones, aunque vista como un guiri, sin los calcetines con las chanclas, pero con mi sombrero típico, que obedece a una broma privada. Hace relativamente poco, descubrí que no es obligado viajar a un sitio para conocerlo, pues sus gentes te pueden mostrar cómo es a través de las costumbres y tradiciones vividas y aprendidas.
Empecé a escribir en mi cuaderno de bitácora. Lo estrené, y eso ha sido maravilloso. En él describo mi primer viaje a Huelva. Pero eso es harina de otro costal...

jueves, 26 de febrero de 2009

Cuando se pierde la paciencia

O como suele decir en el lenguaje coloquial, cuando te hinchan los cojones o las pelotas. Ayer un ciudadano vasco la emprendió a mazazos contra una herriko taberna, de esas que apoyan a ETA, a los terroristas y a los que no respetan las libertades porque quieren imponernos sus ideas a base de atentados, coches bombas, tiros en la nuca y demás. Este señor, Emilio, se dirigió a este local, maza en mano, y harto de tanta amenaza, la emprendió a golpes, destrozando el local. Un hecho que comparto,puesto que hay momentos en la vida en los que se estalla, y es difícil, por no decir imposible, que la paciencia sea infinita. Supongo que Emilio se cansaría de las amenazas, de haberse gastado una enorme cantidad de dinero en arreglar su casa para que, en nombre de no se sabe bien qué, pongan una bomba y destrocen todo lo qué pille la onda expansiva. Desconozco qué pasó por la cabeza de Emilio, aunque lo imagine y lo comparta. Yo hubiese hecho lo mismo. Lo qué me parece vergonzoso es que deba abandonar sus raíces porque esos violentos lo amenazan, lo tildan de fascista. Y yo les digo a estos que están en ETA y defienden la lucha armada. ¿Quién es el fascista, hijos de puta? ¿Acaso no tiene derecho a expresar su rabia? Vosotros matáis cobardemente, sin cojones ni valor, con un tiro en la nuca, imponéis ideas teñidas de sangre, la sangre de los inocentes. ¿Y a eso no lo llamáis fascismo, cabrones? Os han destrozado una taberna. Pues jodeos. Hay un ciudadano que se ha cansado de que le toquéis las pelotas, y ha hecho lo que la mayoría de la sociedad desearía, pero que no se atreve, porque tenéis secuestrada la voluntad y la libertad. ¿Y aún así os atrevéis a exigir democracia, cuando lo único que hacéis es mancillar esta palabra y su significado?

martes, 24 de febrero de 2009

57 puñaladas

Sinceramente, me cuesta comprender cómo se puede lograr la absolución de un delito de asesinato y hurto, tras propinar 57 puñaladas a las víctimas, y que un jurado popular no vea ensañamiento en el mismo, o que se piense que fueron dadas en defensa propia, para evitar una violación. En decisiones judiciales como ésta, sólo cabría una palabra, que sería cinismo. Un cinismo empleado para justificar asuntos injustificables, que no deben caer en el olvido ni ser obviados o tratados como una noticia más. En estos casos, como en tantos, los acusados se sirven de culpar al alcohol y las drogas de su comportamiento, alegándose fuera de sí por la ingesta de estas sustancias. Les cuesta reconocer sus hechos, actuando como auténticos inmaduros o críos de poca edad. Me hacen gracia sus apologías de madurez, sus miedos insuperables o sus tonterías varias, que no dejan de ser mentiras. Puedo entender que, en defensa propia, se puedan asestar una o dos puñaladas, independientemente de si hay o no resultado de muerte, pero soy incapaz de justificar que usar un cuchillo en más de medio centenar de veces sea actuar en defensa propia, por mucha droga y alcohol que se haya consumido. No estoy de acuerdo con el veredicto del jurado popular, y por suspuesto, no estoy nada a favor de esta sentencia polémica. Una más entre las miles.

lunes, 23 de febrero de 2009

Bienvenidos a la realidad

Los ejecutivos estadounidenses acogidos a los planes de ayuda del presidente Obama empiezan a quejarse del poco dinero que supone percibir medio millón de dólares al año. Dicen que con eso apenas cubren gastos, que es una insignificancia. Se quejan de los problemas que eso supone en su economía, a lo que yo les doy la bienvenida a este mundo real, donde el más común de los mortales se las ve y se las desea para llegar a fin de mes y ahorrar un poco. No estaría mal, ni de más, preguntar cómo se sienten, ellos, que desconocen el significado de austeridad y lo qué es apretarse el cinturón. No estaría mal mostrarles cómo se las apaña la ciudadanía de a pie, privándose de cosas básicas, mientras que ellos lo harán de caprichos superficiales y banales. Ya era hora de darles una lección de humildad, de verlos despojados de sus caprichos. No estaría de mal recordarles, o incluso inoformarles, pues algunos no lo saben, que con lo qué ellos gastan en un mes, familias enteras comen sobradamente durante un año. Ciertamente, este atentado terrorista denominado crisis es algo que todos y todas sufrimos, y ya es hora de que aquellos que negaban su evidencia o no sabían qué era, empiecen a conocer su significado.

Inquisitor

Hoy no hay crítica, pero os dejo este regalo...







domingo, 22 de febrero de 2009

Otomo, el ronin

Llamadme Otomo, ronin apátrida, que dejó morir a su señor y vaga por las provincias del Japón, en busca de la redención que la muerte le niega. Mi espada estará a vuestro servicio, mas mi alma sólo pertenece a los dioses y a mi Señor. Mi camino será largo, pues debo expiar mi culpa, y nada compensará la afrenta. Defenderé la vida de aquel samurai que necesite mi espada, a cambio tan sólo de techo y comida. Otomo, el Ronin. No deseo ni necesito otro nombre, pues no lo merezco. Cuando recupere mi honor estaré junto a los dioses, protegiéndolos. Esa es la historia de un ronin, aquel samurai que perdió el honor al no poder defender la vida de su maestro, su protegido, la historia de aquél que no es merecedor de la muerte, que no es merecedor del honor. Ronin, palabra maldita, palabra prohibida. Sin armadura, sólo con mi espada recorro las fértiles tierras japonesas, las yermas tierras niponas. Sobrevivo de lo qué da la tierra, de la caza que me ofrece la naturaleza. Así hasta el fin, así hasta purgar mi error, mi deshonor, mi deshonra. Esa es la vida de un ronin, aquél que no puede aspirar a más. Aquél que no puede pedir más.