sábado, 16 de febrero de 2008

Patentando

Abro el periódico, como suelo hacer a diario, y la noticia me hace reír, aunque la sonrisa se va borrando poco a poco... Resulta que una compañía de telefonía móvil, en su interés por proteger su imagen corporativa, patentó en el año 2000 el color magenta, uno de los cuatro colores básicos de la cuatricromía CMYK(Cyan, Magenta, Yellow,Key[negro]).Sabía que Ferrari patentó un tono de rojo, pero lo qué ignoraba era esto, que ha saltado a la luz por una denuncia a alguien que usó dicha tonalidad... Desconozco los términos de la patente, pero desde este momento, usar ese color para cualquier imagen corporativa, o la creación de un simple logo, será delito en Alemania y Holanda, lo cual me parece una aberración, ya que sin ese color básico, será imposible crear absolutamente nada para ser impreso a cuatro tintas, que es como se denominan las impresiones a todo color. Existe una página con trabajos de la gente, sin el nombrado... Afortunadamente, esa ley de patentes, prohíbe expresamente esto que ha causado tanto revuelo, por lo que puede tratarse de un hecho ilegal(que me corrija alguien que sepa de derecho). Espero que sólo se aplique esto en los paises anteriormente nombrados, pues he sabido que estos registros no son válidos para el resto del mundo.

viernes, 15 de febrero de 2008

Involuciones (segunda parte)


Parafraseando a San Juan de la Cruz, empezaré el post de hoy. Decíamos ayer que el mundo cada vez va peor, en vez de dar pasos adelante, lo hace para atrás... Hoy ha sido el colmo del ridículo dentro de ese interés por evitar ofender sensibilidades, retiran del metro un cartel de un desnudo del renacimiento, obra de Lucas Cranach, el Viejo. Me resulta tan irrisoria esa moralina y esa doble moral, que permite las muestras más crueles de violencia, y censura un cuadro renacentista... Me aterra este retroceso como nunca. Todo es políticamente correcto, demasiado, según mi criterio... Hoy no se puede decir nada sin levantar la polémica, pues si no se expresa aquello que se quiere escuchar, la ofensa entra en juego y su toque hace que la cordura, la tolerancia y el respeto queden relegados a un recuerdo de tiempos pasados.A mi entender, esta sociedad se está cargando de prejuicios, absurdos y superficiales, y esto hace que las altas esferas vean el arte del desnudo como algo sucio... Puedo entender que en el renacimiento el cuadro fuese polémico, pues la mentalidad nada tiene que ver con los pensamientos actuales. Ni siquiera la filosofía de vida, aunque nuestros planteamientos sean los mismos, pero lo qué no puedo comprender es que hoy, en pleno año 2008, nos priven de la contemplación de un cuadro, de una obra de arte. Cuando vi el episodio de Los Simpsons en el cual instaban a Marge a manifestarse contra el David de Miguel Ángel, jamás imaginé que los extremos puritanos llegarían a lo qué hoy ha sucedido en Londres... Triste.

jueves, 14 de febrero de 2008

Involuciones

Me aterra este futuro que nos espera... Lejos de mostrarse más tolerante, abierto, solidario y/o esperanzador, nos sorprende cada día con nuevas barbaridades, como la que acabo de leer en un periódico de tirada nacional. Existe un planteamiento para regresar a la enseñanza separada por sexos. Es decir, clases o colegios compuestos por alumnados exclusivamente masculinos o femeninos, lo cual me parece una increíble aberración, y un gigantesco paso atrás en la enseñanza. De nada me sirven los argumentos de fracaso escolar o absentismo, pues no son motivos para retornar a un pasado con tufo a dictadura y represión, donde la libertad estaba secuestrada, y casi ejecutada por un señor bajito y con bigote, así como los que hablaban en su nombre... Se ha luchado mucho porque no exista discriminación de ningún tipo, incluso por la paridad, y ahora se quiere involucionar con esto... ¿Dónde vamos a parar? ¿Acaso no se ha luchado todavía suficiente por las igualdades en España?¿Acaso los 30 años de democracia son sólo una dictadura de mayorías, donde Operación Triunfo y Gran Hermano son sus profetas? No lo sé... No sé dónde vamos a parar.. O si lo sé no quiero verlo...

martes, 12 de febrero de 2008

Condenado a 24 años

Hoy ha sido condenado un maltratador a una pena de 24 años de prisión. Asesinó a su pareja en 2004, asestándole 21 puñaladas con un cuchillo de 24 cm., mientras estaba sentado encima de su víctima, con tan sólo 18 años de edad, y tras haberla sometido a vejaciones durante seis... Es la cara de una noticia excelente, que tiene una cruz, pues la defensa ha recurrido la sentencia. Espero que los legisladores actúen con contundencia y que este asesino se pudra entre rejas, pues es lo qué se merece, y lo qué se ha ganado a pulso, al asesinar a una niña de tan sólo 18 años, la cual ha dejado huérfanos a tres niños de corta edad. No puedo dejar de alegrarme por esta sentencia, pues han sido unos días muy duros con tanta violencia de género desde que empezó este 2008, y tantas víctimas mortales,pues bien sabéis qué opino sobre el tema, y lo contrario que me muestro ante este tipo de violencia, haciendo que este blog sea el medio en el cual manifestar mi más profundo rechazo, y denunciar públicamente cada caso, haya víctimas mortales o no, pues siempre existen. Cada mujer maltratada es una víctima de un machista que dice quererla, pero no es así, ya que la considera sólo un objeto de su propiedad. Eso es cualquier cosa, menos amor.

lunes, 11 de febrero de 2008

Opiniones categóricas

A medida que va pasando el tiempo me sorprendo más con la sociedad... Lejos de convertirse en un mundo tolerante y ausente de radicalismos , observo cómo muchas personas se creen poseedoras de la verdad absoluta, que en no pocas ocasiones sobrepasa el más puro extremismo. Hoy he escuchado a alguien decir lo qué pensaba sobre la drogadicción y el tabaquismo, con opiniones contundentes y vehementes, alejadas del entendimiento y la comprensión y cercanas al reproche más cruel por parte de alguien cuya simpleza sólo es capaz de alcanzar a ver que eso no es más que un vicio en el cual entraron por voluntad propia. Enarbolando el Dios más cruel, aquel de la Edad Media que enviaba los castigos, decía que una enfermedad la mandaba el Todopoderoso, y que nada se podía hacer si eran Sus designios, pero con los casos anteriormente nombrados, no se podía considerar enfermedad, pues era una opción personal, y no mal de salud. Desafiante, invitaba a que la gente osase llevarle la contraria, para demostrarle su error, pues él llevaba la razón, y sus argumentos eran imposibles de rebatir. Lógicamente, no he querido entrar en un debate con alguien así, cuyo tono de voz era tan elevado que molestaba a aquellos y aquellas que le escuchábamos, voluntariamente o no, pues se trataba de alguien sin capacidad de empatía, algo que desgraciadamente es habitual.No he querido entrar en polémica porque hablar con alguien así es efectuar prédica en el desierto, ya que este tipo de personas sólo atiende a razones si escucha lo qué quiere oír, pues de lo contrario dejará su opinión irrebatible, aunque exista error en sus planteamientos, y sean mayoría aquellos y aquellas que estén en desacuerdo. Ciertamente, todo el mundo tiene el derecho y el deber de opinar, pero nadie ha de imponer sus ideas, despreciando y desmereciendo las del resto. Cada cual puede pensar de forma diferente, o igual al resto, y sus pensamientos, ideas u opiniones deben ser entendidos o no desde el respeto y la comprensión, aunque estemos en profundo desacuerdo.

domingo, 10 de febrero de 2008

El Destino de Thurisand

La batalla se prolongaba más de lo normal. Aquellos seres nos superaban en número y resistíamos como podíamos. Agotados, sacábamos fuerzas de flaqueza en aquellas tierras inhóspitas, cubiertas por una alfombra de cadáveres élficos. En ocasiones no sabía si se pisaba en tierra firme o los cuerpos sin vida de amigos, compañeros de armas, o familiares... Pero era necesario seguir por ellos. Confiaron en nosotros para que les salvásemos, por lo qué fallar era una palabra excluida de nuestro vocabulario y una acción prohibida en nuestra estrategia... El olor a sangre y el hedor a muerte dominaban el ambiente y la atmósfera estaba tan cargada que mi espada era capaz de extraer trozos de ésta, como si se tratase de un enemigo más al que matar. Avrënalúm era su nombre, y es el arma que mis antepasados blandieron en otras encarnizadas batallas, ya perdidas en la noche de los tiempos, y que ya nadie recuerda, pues son leyendas...
Hacía tiempo que mis dos manos la empuñaban, y que mi escudo estaba oculto entre tanto soldado que ya nos había abandonado. Hacía tiempo que mi uniforme estaba desgarrado, y que la pureza digna de mi raza no existía... La sangre y el color rojo eran nuestros colores de batalla en aquellos momentos... Nuestros estandartes, desgarrados, eran sólo un recuerdo de grandeza. Se habían convertido en lanzas con las que defendernos de los klénkores, unos insectos gigantes que se alimentaban de sangre. La tregua no existía. Como pude, me dirigí a un mensajero:
-¡Busca a Thurisand! ¡Él nos ayudará!
-¿Un enano?-respondió-. No me hará caso...
-¡Obedece!-grité lleno de furia, olvidando el respeto que el heraldo me merecía, sin apartar la vista, observando su partida, fatal momento, pues uno de los klénkores me atravesó en dos, con una de sus afiladas pinzas... Un ensordecedor grito salió de mis entrañas, mientras se me nublaba la vista y perdía la consciencia...
Desconozco el tiempo que estuve debatiéndome entre la vida y la muerte, pues desperté en la tienda de mi rey, Ulthion, acompañado de Thurisand, que bromeaba conmigo:
-Así que no me avisas cuando hay movida, y me llamas a la desesperada... Menos mal que Ulthion te sacó la pinza, que si no, no sé qué hubiese pasado, maldito orejas.
-Mi querido amigo... Gracias por venir. Es increíble lo qué puede hacer una promesa... Cuéntame qué está pasando afuera...
-Mis muchachos se ocupan de los klénkores. Las espadas no bastan. La magia no basta, pero con mis máquinas de guerra...
Thurisand siempre era igual. Testarudo como una mula y bruto como él solo. Yo lo había visto derribar a mi mejor regimiento de un hachazo, sin dejar la jarra de cerveza que bebía. Era un tipo excepcional que me animaba a volver al campo de batalla, pues tenía ganas de que estuviésemos, mano a mano, derrotando a aquellos seres. Aparte, había traído un presente, un hacha con las runas de su familia.
-Ya sabes que estoy deseando bautizarla-me confesaba-. Fue forjada por mí, personalmente, tras nuestra promesa. La guardé durante años, esperando el momento de entregártela. Úsala bien, te lo ruego. Y llénala de la sangre robada por esos asquerosos bichos.
Cada vez que hablaba de armas o batallas, se le iluminaba la cara, sobre todo la mirada. Era un señor de la guerra que amaba salir a pelear...
La noche nos daba el reposo que tanto merecíamos, momento en que Alvharion, mi hermano, aprovechaba para venir a curar mis heridas, las cuales sanaban muy rápido. Era muy probable que en un par de días volviese a dirigir mi regimiento... Mientras tanto, afilaba el regalo del enano. Era una pequeña costumbre que tenía al término de una batalla, mientras comenzaba la siguiente. Mis armas debían representar la grandeza de nuestra raza élfica.
Esa noche, un parte de guerra, de boca del propio Thurisand, me hizo llamar a mi hermano para comunicarle mi decisión:
-Voy a volver a combatir.
-No puedes hacerlo. Te lo prohíbo. Todavía estás muy débil.
Ni el mismo Ulthion me haría cambiar de opinión. Sabía que era necesario, que no podía dejar que elfos y enanos muriesen de forma masiva, mientras yo n hacía otra cosa que convalecer a causa de un simple rasguño. Aparte, Avrënalúm tendría una compañera de batalla. Y eso era algo que deseaba con toda mi alma. Anhelaba cambiar mi perdido escudo por otra arma de mano.
-Márchate, Alvharion-le rogué-. Déjame solo.
Era el momento de meditar, de concentrarme, de volver a vestir mi uniforme, saliendo con mis mejores galas y demostrar toda mi grandeza. Era el momento de salir a morir.
Me enfundé el pantalón y calcé las botas de cuero, mientras, escuchaba los gritos de guerra de los elfos y los enanos que combatían. Tambores y trompetas alentaban a aquellos jóvenes a no desfallecer y seguir adelante.
"Paciencia, ya voy", pensaba yo.
Elegí aquella camisola verde blanquecino que heredé de mi padre cuando combatí a su lado, hace más de dos mil años, en los tiempos de la primera Gran Alianza, cuando todas las tierras se unieron contra los Grandes Demonios. Una durísima cota de maya plateada cubría mi cuerpo, reluciente como aquellos soles que nos gobernaban aquella calurosa mañana de mayo, tan decisiva para todos los que allí se encontraban. Mis manos eran cubiertas por dos guanteletes que yo mismo había labrado y tallado. Por último, coloqué mi yelmo, y sobre mis hombros, la capa, que uní con un broche y una radiante gema roja. Mi mirada, perdida, buscaba la concentración.
Miré a Avrënalúm y me arrodillé ante ella para realizar una plegaria:

"Dioses de la Guerra
Os invoco en esta ocasión
Dioses de la Guerra
Dadme Fuerza para luchar
Dioses de la Guerra
Ayudadnos a salir victoriosos
Acompañadnos en nuestra última batalla"

Me puse en pie, enfundé a Avrënalúm y tomé mi otro arma. Salí de la tienda, con paso lento, pero firme. Ensillé mi caballo y lo monté. En otra ocasión, hubiese sido un siervo quién lo hubiese hecho, pero era un momento especial. Me dirigí a ver a Ulthion.
-¿Dónde está Thurisand?-le pregunté.
-Ha salido hace poco con un grupo de enanos-me respondió-. Me dijo que te comunicase que lo fueses a buscar. No me gusta esto, Valtharion.
-Lo sé, Majestad-le dije-. Pero no tengo opción. Sé que es peligroso. Por eso llamé a mi mejor amigo. Por eso llamé a mi mejor aliado.
Tras esas palabras, partí para ayudar en una batalla que estuvo a punto de costarme la vida. A mi paso iba asestando golpes a los klénkores, y Avrënalúm estaba roja, por la sangre que la bañaba. La sangre de los insectos aquellos que no pertenecía sino a elfos y enanos muertos...
Alcancé a ver a los enanos, y entre ellos a Thurisand, combatiendo con su gran hacha, que le levantaba dos cabezas y manejaba con una gran soltura.
-¿Necesitas ayuda, compañero?-le pregunté.
-¡Hombre, un elfo!-bromeó él-. Ya no, pero si nos quieres ayudar a rematar...
Estallamos en una carcajada y seguimos acabando con más klénkores. Gracias a los Señores de las Minas, íbamos reduciendo a nuestros enemigos, aunque nosotros sufríamos bajas, como muchos de los guerreros de Ulthion, que morían dentro de aquella encarnizada y cruel guerra. En el bando enano no eran pocos los soldados que yacían en el suelo, sin vida, forma ni sangre, una imagen que se quedaba grabada en mi retina, obligándome a descender del caballo.
Mientras Thurisand decapitaba a uno de nuestros enemigos, otro rompía su hacha, quedando indefenso y a su merced... Yo corrí en su ayuda, pero debía seguir defendiéndome para llegar a donde él estaba. Su cabeza era atravesada por un punzón, lo que estaba haciendo que se derritiese como acero fundido. Con el hacha que él me regaló y mi espada, empecé a vengar a mi aliado.
-¡Ocupaos de esta escoria! ¡Mi mejor amigo acaba de morir!
Retiré el casco de su cabeza, le separé el pelo de la cara, y le miré a los ojos:
-Thurisand, mi amigo, mi hermano. Te pido ayuda y no puedo celebrar contigo el fin de la batalla, como tantas veces hicimos...
-No te preocupes-respondía a duras penas. Celébralo por mí... Mi querido amigo... Me decía, mientras se reunía con sus antepasados y sus dioses.
Allí, arrodillado entre tanto horror, tanta muerte y tanta sangre, estaba yo, Valtharion, abrazando su cadáver, con los ojos inundados de lágrimas que resbalaban por mis mejillas, con el alma rota por la pérdida de un ser querido, y una sed de venganza que nada podría saciar, salvo el exterminio de todos y cada uno de los klénkores.
Puse a Thurisand sobre mi caballo y lo mandé al campamento, protegido por un hechizo. Guardé a Avrënalúm y con el hacha que él me regaló, a la que bauticé como Thurisand en su honor, me dispuse a seguir combatiendo. Aquella sería una batalla en la que las opciones se reducían a dos: Morir o matar. Y yo no estaba dispuesto a acompañar al enano al reino de los muertos...



A Rosa