sábado, 23 de agosto de 2008

Sanguinius

La batalla se acerca, y con ella su vigilia. Rezamos pidiendo fuerza al Emperador protección a Sanguinius, nuestro Primarca alado, el más grande, el más noble. Mientras el capellán Markus recita las letanías que nos sumergen en el fragor de la batalla, veo a mis hermanos sucumbir a la Rabia Negra, uno a uno. Los acólitos van asistiéndonos, tratando de controlar la furia interna que nos invade. Algunos no lo logran y son trasladados a las salas del Adeptus Mechanicus, donde sus armaduras son teñidas de negro... Todos vemos las visiones de Sanguinius, enfrentándose a su hermano, el traidor, aquel cuyo nombre será maldito por siempre, Horus, cuya pronunciación desgarra nuestras almas y despierta las ansias de venganza más cruenta... Veo los ojos del capellán Markus. Él ve los míos y mi mirada, ausente. Con paso firme se dirige hacia donde yo estoy, y me ruega que no sucumba, que no me deje dominar, pues sabe qué pasará tras ser víctimas de la Rabia Negra. Ha visto caer a muchos, como yo lo he presenciado. Nuestra maldición, nuestra pesada carga, nuestro deber. Somos los Hijos de Sanguinius, el más noble de los Ángeles Sangrientos, el más noble de nuestros hermanos. Todos sabemos que no habrá nadie como él. Durante diez mil años la Galaxia no ha dejado de llorar a tan inmenso ser. En Baal esos ecos se escuchan constantemente. Todos rendimos culto a su Figura, y le rezamos, pidiendo protección ante las amenazas que reinan en la galaxia y contra el Caos. Y sabemos que lo hace. Y sabemos que nos protege. Él, el mas grande, el más noble, nuestro Primarca, Sanguinius.

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