domingo, 24 de febrero de 2008

Relato de la semana: El escudo de los Enanos

Tras la larga y encarnizada batalla contra los klénkores, muchos elfos habían muerto, y muchos enanos habían perecido, entre los cuales se encontraba Thurisand, mi amigo, mi hermano. Era un día triste, pues el regreso suponía un agotamiento lleno de dolor, que nos mantenía exhaustos por aquella masacre, acaecida en las Lejanas Tierras. Regresábamos todos, vivos o muertos, pues no dejábamos a nadie, en una comitiva silenciosa, discreta y sin llamar la atención. Los ánimos no eran los mejores para desfiles triunfantes, pese a haber detenido el ataque de aquellos insectos gigantes. Ninguno de nosotros se sentía vencedor, pues el dolor de la pérdida de aquellos que queríamos era muy grande. El silencio era sólo interrumpido por el ruido que los carros y cadenas hacían al pasar, mostrando una imagen distante de lo qué un ejército elfo simboliza y representa.La elegancia que caracteriza a nuestra raza había desaparecido teñida de sangre. Yo acompañaba al cortejo fúnebre enano, al lado de mi amigo, mi aliado, que yacía con su hacha sobre el pecho y su casco alado, que le daba la presencia de un rey, cuando no era más que un soldado.Preparado para unirse a sus dioses, como él deseaba, tal como yo no quería... Las Puertas del Reino se abrieron para recibirnos, con Arhëdel, la Reina Élfica en la comitiva de bienvenida, quien recibiría a Ulthion, su esposo, junto a aquellos que combatieron a su lado. En un intenso abrazo se fundieron, y tras ello subieron al púlpito desde donde dirigiría unas palabras a aquellos y aquellas que nos aguardaban:
-¡Pueblo mío! Hoy regreso de la más cruenta batalla librada por mí y nuestros soldados. He combatido en primera línea, junto a los jóvenes elfos y los jóvenes enanos aliados, para así evitar males mayores. No es costumbre que elfos y enanos reposen en un mismo lugar, pero es mi deseo y mi orden que esta tradición desaparezca, pues ninguno de nosotros estaría aquí de no ser por los Señores de las minas.
»Queda dispuesto que en nuestro cementerio se oficiarán funerales según nuestra costumbre, y según la tradición enana, los cuales serán considerados nuestros hermanos y hermanas, quedando una deuda de gratitud eterna...
Nadie aplaudía. Nadie hablaba. Todos y todas escuchaban y acataban.
Al amanecer ambos pueblos lloraban a sus muertos, en un lamento que iba más allá del grito y el llanto físico. Yo estaba en Palacio, en mis aposentos, invitado por Ulthion, arrancando todas las gemas que tenía, eliminando la pintura, para una vez hecho esto grabar unas runas enanas, el nombre de Thurisand, como homenaje a que valeroso guerrero muerto, que era el más noble de las razas que contra los klénkores combatieron... Desde entonces soy conocido como Valtharion, el Elfo del Escudo de los Enanos.

A Juani Tere

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